Aprendiendo de situaciones desagradables e inesperadas
Ayer por la tarde, cuando nos disponíamos a salir un amigo y yo de aquel bar, y cogimos nuestras cosas, no me lo podía creer. ¡Me faltaba el bolso! Y no, no lo había dejado caer, ni nada de eso. Pronto lo comprobé. Se lo habían llevado, pues no nos habíamos movido de allí y había entrado con él. Ese momento es tremendo; especialmente para aquellos que tenemos la mala costumbre de llevar allí todo o casi todo. Nada menos que llaves, tarjetas, dinero, documentación personal... en fin. Tengo que reconocer que en ese primer momento, me llegaban algunos pensamientos de lo más viscerales, que incluían imaginarme cómo le rompía la cara a alguien a quien le veía con lo robado. Efectivamente, no soy mejor que otros y no me libro de ese tipo de tentaciones. Dicho esto, afortunadamente también estaba acompañado por mi buen amigo Daniel, que en ningún momento perdió la calma y me ayudó a lo que había que hacer: ser ante todo prácticos en ese momento y con la cabeza fría. Porque una cosa estaba...