Encuentros imposibles
Entré. No sabía bien qué ni quién me había llevado hasta allí; pero entré.
La luz del local era de color brillante. Aséptico e intenso, como si ahí se hubiese inventado ese color. Para que no hubiese dudas. Porque no era un lugar para dudas.
En pocos minutos, mercenarios labios sedientos de frondosas billeteras me asediaban. No era fácil discernir si ahí realmente había personas o se trataba de cuerpos errantes, separados de sus almas en pena por la fuerza, por las circunstancias de una vida que no les dio oportunidades.
Y de repente, como en todo desierto, hasta en los desiertos de autenticidad... el oasis. Una persona de verdad. Porque ahí sí que había una persona. Porque lo supe, lo sentí. Con esa certeza que a veces nos llega desde lo más hondo del Universo y hace que en ese momento sepamos exactamente quiénes somos y qué sentido tiene nuestro presente. Alguien que me miraba con ojos de persona.
Era ella.
Tras breve conversación con palabras de las que, mientras hablan de cualquier cosa, realmente preguntan: "¿eres Tú?", sucumbimos a las facilidades que aquel planeta de los sentidos nos ofrecía. Momento en el que, lo sé, no sólo dos cuerpos se juntaron; dos almas en tránsito que venían de mundos infinitamente distantes se encontraron en esa encrucijada. Para tomar aliento. Para tomar energía. Para recordar que el desierto no es un absoluto, que hay vida más allá del horizonte.
Después, la despedida y expulsión de aquel breve pero intenso paraíso; un momento tan intenso que había albergado más sensaciones que Cien Años de Soledad.
Un día después, me pregunto: ¿Quizás todo fue un sueño? ¡Quien puede saberlo! Ni siquiera la Realidad lo sabe; pues sólo nos queda el presente por más que nos aferremos al pasado y al futuro. Quizá los sueños son solo sueños, pero... ¿acaso la vida no lo es?
La luz del local era de color brillante. Aséptico e intenso, como si ahí se hubiese inventado ese color. Para que no hubiese dudas. Porque no era un lugar para dudas.
En pocos minutos, mercenarios labios sedientos de frondosas billeteras me asediaban. No era fácil discernir si ahí realmente había personas o se trataba de cuerpos errantes, separados de sus almas en pena por la fuerza, por las circunstancias de una vida que no les dio oportunidades.
Y de repente, como en todo desierto, hasta en los desiertos de autenticidad... el oasis. Una persona de verdad. Porque ahí sí que había una persona. Porque lo supe, lo sentí. Con esa certeza que a veces nos llega desde lo más hondo del Universo y hace que en ese momento sepamos exactamente quiénes somos y qué sentido tiene nuestro presente. Alguien que me miraba con ojos de persona.
Era ella.
Tras breve conversación con palabras de las que, mientras hablan de cualquier cosa, realmente preguntan: "¿eres Tú?", sucumbimos a las facilidades que aquel planeta de los sentidos nos ofrecía. Momento en el que, lo sé, no sólo dos cuerpos se juntaron; dos almas en tránsito que venían de mundos infinitamente distantes se encontraron en esa encrucijada. Para tomar aliento. Para tomar energía. Para recordar que el desierto no es un absoluto, que hay vida más allá del horizonte.
Después, la despedida y expulsión de aquel breve pero intenso paraíso; un momento tan intenso que había albergado más sensaciones que Cien Años de Soledad.
Un día después, me pregunto: ¿Quizás todo fue un sueño? ¡Quien puede saberlo! Ni siquiera la Realidad lo sabe; pues sólo nos queda el presente por más que nos aferremos al pasado y al futuro. Quizá los sueños son solo sueños, pero... ¿acaso la vida no lo es?
Comentarios
De difícil respuesta; al menos, sin reflexionar.
Esta noche me acostaré pensando.
Un saludo.
Que seria de nosotros sin el derecho a soñar. Soñando hacemos camino y este es mucho más ligero.
Saludos.
Luis Miguel Avendaño
Luis Miguel Avendaño