La razón...
Hace algún tiempo hablaba con amigos implicados en la vida sindical. La verdad es que es muy intersante compartir conversación con ellos; la gente implicada en la vida pública siempre está ahí transmitiendo una energía especial, derivada de la amplitud de miras que demuestran por ser capaces de no cerrarse en su pequeño mundo personal y abrirse a la realidad social.
Llegó un momento en que se habló de decisiones de los sindicatos en la empresa y de polémicas y disputas entre ellos, y de repente visualicé el parlamento español pero con los componentes del comité de empresa; lo cuál me sugirió una grotesca combinación entre algo patético y cómico al mismo tiempo. Pero, como quiera que no estamos para prejuzgar, y dado que estos amigos están ahí con buena voluntad, seguí de lleno en la conversación.
Y llegó a comentarse algo sobre "ellos lo han decidido, que lo resuelvan ellos. Nosotros no vamos a apoyar una decisión que por coherencia en nuestro planteamiento no podemos aceptar".
Pues sí, volvió la famosa frase de echar balones fuera. La de aferrarse a la coherencia. La de querer demostrar que los demás están equivocados y nosotros tenemos razón. ¡De nuevo la razón entra en escena! No pude evitar preguntarle a uno de ellos: "¿pero vosotros, entonces, estáis en política -perdón, quiero decir en el sindicato- para resolver problemas, o para tener razón?". No supo contestarme.
La verdad es que es un fenómeno muy curioso ese de la razón. Porque lo buscamos con ahínco y a veces con peligrosas consecuencias para los demás y para nosotros mismos. Sin embargo, todavía no conozco ningún caso de nadie que le pregunten: "¿Y usted, a qué se dedica?" y responda: "bueno, yo tengo razón". Y es que tener razón, ni nos paga las facturas, ni nos soluciona la vida ni los problemas. Lo que en cambio sí que nos facilita las cosas es apostar por el encuentro y por el entendimiento. Las situaciones que se dan en la vida son ya suficientemente difíciles en sí mismas como para incrementar esa dificultad sólo por satisfacer a ese pequeño orgulloso que todos llevamos dentro, llamado ego, que disfruta sintiéndose por encima de los demás. No sabe que, al fin y al cabo, todos estamos en el mismo barco y eso hace posible el viaje por la vida en el que nos encontramos.
Habrá que seguir tratando de educar al ego famoso ese. ¿Lo intentamos? Pero cada uno al suyo, claro; aunque no se ha hecho así casi nunca en la historia de la humanidad, sigo pensando que es la fórmula de trabajo más eficiente al respecto.
Venga, que sí; nos ponemos a ello, que ya es hora. ¿A que tengo razón?
Llegó un momento en que se habló de decisiones de los sindicatos en la empresa y de polémicas y disputas entre ellos, y de repente visualicé el parlamento español pero con los componentes del comité de empresa; lo cuál me sugirió una grotesca combinación entre algo patético y cómico al mismo tiempo. Pero, como quiera que no estamos para prejuzgar, y dado que estos amigos están ahí con buena voluntad, seguí de lleno en la conversación.
Y llegó a comentarse algo sobre "ellos lo han decidido, que lo resuelvan ellos. Nosotros no vamos a apoyar una decisión que por coherencia en nuestro planteamiento no podemos aceptar".
Pues sí, volvió la famosa frase de echar balones fuera. La de aferrarse a la coherencia. La de querer demostrar que los demás están equivocados y nosotros tenemos razón. ¡De nuevo la razón entra en escena! No pude evitar preguntarle a uno de ellos: "¿pero vosotros, entonces, estáis en política -perdón, quiero decir en el sindicato- para resolver problemas, o para tener razón?". No supo contestarme.
La verdad es que es un fenómeno muy curioso ese de la razón. Porque lo buscamos con ahínco y a veces con peligrosas consecuencias para los demás y para nosotros mismos. Sin embargo, todavía no conozco ningún caso de nadie que le pregunten: "¿Y usted, a qué se dedica?" y responda: "bueno, yo tengo razón". Y es que tener razón, ni nos paga las facturas, ni nos soluciona la vida ni los problemas. Lo que en cambio sí que nos facilita las cosas es apostar por el encuentro y por el entendimiento. Las situaciones que se dan en la vida son ya suficientemente difíciles en sí mismas como para incrementar esa dificultad sólo por satisfacer a ese pequeño orgulloso que todos llevamos dentro, llamado ego, que disfruta sintiéndose por encima de los demás. No sabe que, al fin y al cabo, todos estamos en el mismo barco y eso hace posible el viaje por la vida en el que nos encontramos.
Habrá que seguir tratando de educar al ego famoso ese. ¿Lo intentamos? Pero cada uno al suyo, claro; aunque no se ha hecho así casi nunca en la historia de la humanidad, sigo pensando que es la fórmula de trabajo más eficiente al respecto.
Venga, que sí; nos ponemos a ello, que ya es hora. ¿A que tengo razón?
Comentarios
Un abrazo
Un abrazo.
JL
Un amigo que hacía mucho tiempo no se encontraba con otro, le dice:
-"... pero si estas igual que hace años! que pasada, no has cambiado nada!, ¿qué es lo que haces para estar así?"-
(le responde) -" No discuto con nadie"-.
-"anda ya!, eso no puede ser!"-
(relajadísimo)-"...pues no será!"-.
Un saludo,Jose.
Intereante comentario, la razón está más en el corazón sincero que en los interesados.
Saludos