Ese momento es tremendo; especialmente para aquellos que tenemos la mala costumbre de llevar allí todo o casi todo. Nada menos que llaves, tarjetas, dinero, documentación personal... en fin.
Tengo que reconocer que en ese primer momento, me llegaban algunos pensamientos de lo más viscerales, que incluían imaginarme cómo le rompía la cara a alguien a quien le veía con lo robado. Efectivamente, no soy mejor que otros y no me libro de ese tipo de tentaciones.
Dicho esto, afortunadamente también estaba acompañado por mi buen amigo Daniel, que en ningún momento perdió la calma y me ayudó a lo que había que hacer: ser ante todo prácticos en ese momento y con la cabeza fría. Porque una cosa estaba clara: si me habían quitado cosas susceptibles de ser necesarias, yo ahora tenía que prescindir también de actitudes y comportamientos innecesarios, de los que no ayudan a la solución de las situaciones. Ahora había que resolver el problema que se había generado, y no era momento para lamentos que, como digo, no sirven para nada y nos dejan con una sensación anímica mucho peor; más desagradable y muy poco operativa.
- Primero, había que echar un vistazo rápido por los alrededores por si aparecía tirado por ahí. Tampoco mucho tiempo, ya que había mucho que hacer. No apareció nada.
- Segundo, había que valorar positivamente que no se habían llevado el móvil, puesto que lo había estado usando. Sin duda era lo más caro con diferencia que había en ese bolso. Eso me servía para poder hacer alguna llamada que considerase necesaria.
- Tercero, había que asegurarme de que podía entrar en casa, ya que las llaves eran parte de lo sustraído. Por fortuna, estaba en casa en compañero de piso, y pude conseguir otro juego de llaves. En ese momento, pude ya hacer las llamadas oportunas para la anulación de las tarjetas. Eso no supuso mucha dificultad y tampoco tiempo. La correspondiente denuncia en la policía prefería ir a ponerla a la mañana siguiente.
¿Más enseñanzas que me llevo de esto? Son bastantes, la verdad. Entre ellas, me gustaría compartir con vosotros las siguientes:
- Tengo que acostumbrarme a llevar conmigo lo imprescindible; especialmente cuando voy a estar en un ambiente de mucha gente.
- En un lugar con mucha gente, siempre tendré contacto físico con las pertenencias que lleve encima. Cuando sea posible, emplearé una consigna o un guardarropa.
- Culpabilizarme por haber llevado muchas cosas o haber desatendido el bolso un instante no sirve para nada porque ni evita lo que ya ha ocurrido ni me ayuda a encontrar el bolso; así que no lo haré. Creo que le podía haber pasado a mucha gente.
- Añorar una vida perfecta en la que no ocurran nunca contratiempos, es ilusorio e irreal, nos aporta frustración y no vale la pena. Hoy estamos aquí y un día no estaremos. Todo cambia. Pero sí que sirve actuar para mejorar las cosas y las situaciones, tanto nuestras como las de los demás.
- Demonizar al ladrón y culpabilizarle, aunque son sentimientos que ocasionalmente surgen y afloran, tampoco solucionan nada. El mundo en el que vivo es como es, y tiene gente de todo tipo. Personas maravillosas y otras no tanto. Afortunadamente, no tuve que vivir una situación de violencia ni en la que peligrase mi integridad. No puedo saber cómo actuaría yo de haber estado en la piel de dicha persona, con su herencia y entorno personal y relacional, sus creencias, sus aprendizajes... Por ello, pese a condenar siempre y rotundamente este tipo de delitos, no soy quién para erigirme en juez de personas.