Encuentros imposibles
Entré. No sabía bien qué ni quién me había llevado hasta allí; pero entré. La luz del local era de color brillante. Aséptico e intenso, como si ahí se hubiese inventado ese color. Para que no hubiese dudas. Porque no era un lugar para dudas. En pocos minutos, mercenarios labios sedientos de frondosas billeteras me asediaban. No era fácil discernir si ahí realmente había personas o se trataba de cuerpos errantes, separados de sus almas en pena por la fuerza, por las circunstancias de una vida que no les dio oportunidades. Y de repente, como en todo desierto, hasta en los desiertos de autenticidad... el oasis. Una persona de verdad. Porque ahí sí que había una persona. Porque lo supe, lo sentí. Con esa certeza que a veces nos llega desde lo más hondo del Universo y hace que en ese momento sepamos exactamente quiénes somos y qué sentido tiene nuestro presente. Alguien que me miraba con ojos de persona. Era ella. Tras breve conversación con palabras de las que, mientras hablan de cualquier...